miércoles, 28 de noviembre de 2018

QUIÉN FUE Y QUÉ HIZO PORFIRIO DÍAZ?

Los padres de Porfirio Díaz fueron José Faustino Díaz Orozco, quien perteneció al  ejército independentista de Vicente Guerrero (a inicios del siglo XIX) y María Petrona Cecilia Mori Cortés; se conocieron y casaron en Ixtlán, luego se trasladaron a Oaxaca. La familia tuvo siete hijos: Desideria, Cayetano, Pablo, Manuela, Nicolasa, Porfirio y Felipe. El padre murió de cólera en 1883, en ese entonces Porfirio Díaz sólo tenía tres años. La totalidad de los hijos ayudaba a la madre en los aspectos domésticos y laborales, para así alcanzar unas condiciones de vida estables. Díaz estudió en el Seminario de Oaxaca desde 1843 hasta 1846. Luego se unió al ejército nacional para pelear en la Guerra entre los Estados Unidos y México, en la cual el país de habla inglesa pretendía invadir la tierra de Díaz; pero, no alcanzó a batallar, el conflicto armado terminó antes. El joven evitó regresar al seminario, para unirse al área de derecho del Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. Mientras era estudiante, tras ver la grave situación económica familiar, desempeñó oficios ocasionales, entre ellos el de carpintero.
Durante su época en el Instituto, es decir, en la década de los años cincuenta, Porfirio Díaz conoció a Benito Juárez, antiguo gobernador de Oaxaca, y maestro de la institución; tras graduarse, Díaz también fue nombrado profesor de la misma. Fue en esa época cuando tuvo lugar la Revolución de Ayutla, que se alzó contra el mandato de Antonio López de Santa Anna. Algunos compañeros ideológicos de Porfirio Díaz fueron arrestados; para ayudarlos, él intervino levemente. Entonces se le nombró mandatario del Distrito de Ixtlán. Al poco tiempo, se le entregó el mando militar de otras secciones en el mismo estado de Oaxaca. Es importante recordar que Benito Juárez se encontraba exiliado a causa de su enfrentamiento con Santa Anna. En 1858, Juárez se convirtió en presidente de México. Luego iniciaría la Guerra de Reforma, en ella triunfaría el partido liberal; Porfirio Díaz hizo parte del ejercito de dicho movimiento político. Así, en 1861 se reafirmaba el mandato de Juárez.
En 1862 sucedería la Segunda Intervención Francesa en México. El general Díaz realizó una gran actuación en los enfrentamientos, los cuales tuvieron lugar, entre otros en Puebla. La ciudad fue invadida por las tropas francesas. El general Porfirio Díaz logró escapar y lideró la defensa de Oaxaca; estuvo a punto de ser derrotado, pero en 1867 logró someter a los extranjeros. En ese mismo año, Díaz contrajo matrimonio con su sobrina Delfina Ortega Díaz, cuya madre fue Manuela Díaz; varios hijos de la pareja murieron uno o dos años tras su nacimiento, sólo Porfirio y Luz llegarían a la adolescencia. Díaz tuvo un amorío anterior, con una mujer indígena llamada Rafaela Quiñonez, donde fue concebida Amada, su primera descendiente. Porfirio Díaz fue fiel seguidor de Benito Juárez, sin embargo, en 1871 se distanció de él; pese a que en varias oportunidades emprendió acciones militares en contra de Juárez, siempre fue contenido. El general criticaba la negativa del presidente a abandonar el poder; pero, al llegar al cargo, hizo justamente lo mismo.
En 1871, tras ser vencido electoralmente por Juárez, Porfirio Díaz inició la Revolución de la Noria, con el fin de destronar al presidente. El movimiento fue inútil, pues Benito Juárez murió en 1872 y Sebastián Lerdo de Tejada fue su sucesor interino. Posteriormente, Lerdo de Tejada ganaría la presidencia para el periodo 1872-1876 e intentaría reelegirse. Díaz estaba en su contra; por eso decidió enfrentarlo, mediante la Revolución de Tuxtepec, y fue vencedor. Porfirio Díaz, junto a Juan Méndez, fue presidente interino hasta que, en 1877, recibió el cargo oficialmente. Y su primer periodo concluyó en 1880. En ese año moriría Delfina. El general fue reemplazado por Manuel Gonzáles. En 1881 se casó por segunda vez, con Carmen Romero Rubio, de 17 años, quien lo acompañaría hasta su muerte. En 1884 regresó a la presidencia e hizo una reforma constitucional para legalizar la sucesión de mandatos (reelección). Después sería reelegido seis veces, hasta 1911. En 1903 amplió los periodos de gobierno a seis años. El sistema político era una mentira. Cuando se presentó como candidato por séptima vez, el pueblo ya se encontraba exasperado. Así se inició la Revolución mexicana, otro episodio de violencia en la historia de la nación.
En sus discursos, Porfirio Díaz pretendía el progreso de México, pero sus actos parecían contradecirlo. El gobierno utilizó los asesinatos y las masacres de quienes se oponían como una estrategia para perdurar; la ambición y el autoritarismo patriarcal se hacían cada vez más evidentes. Sus políticas favorecían a las élites nacionales y extranjeras, también a los terratenientes; se arrebataban las tierras a los campesinos e indígenas. Se le adjudican las mejoras en aspectos de transporte y telecomunicaciones, ejemplo: el aumento de cobertura de las redes ferroviarias; esos avances son levemente significativos si se comparan con el número de víctimas a causa de su violencia. Además, Porfirio Díaz recibió múltiples condecoraciones nacionales e internacionales, entre ellas la Legión de Francia. Tras perder el poder, decidió exiliarse en Francia, país en donde fallecería, acompañado de Carmen. Tan sólo dejó escitas unas «Memorias». Es probable que realmente buscara de forma errada el beneficio del país; o puede que sólo amara el poder sobre todas las cosas. En todo caso, ambas opciones parecieron unirse gravemente en «El porfiriato».

2. Constitución mexicana de 1917
La Constitución mexicana de 1917, afirma Carpizo, tiene su fuente de legitimidad en el movimiento social que dio origen a la Revolución mexicana en 1910. Este movimiento exigía mejorar la vida de miles y miles de viudas y huérfanos que anhelaban que la sangre del ser querido brotara en una realidad de mejoría para su precaria condición económica (considerandos del Decreto de 14 de septiembre de 1916 por el que Carranza convoca a una Asamblea Constituyente).1 En tal sentido, Venegas Trejos ha sostenido que la decisión que tomó la revolución triunfante fue la de elaborar una Constitución. Es decir, convocar y reunir a un Congreso Constituyente con totales facultades para restaurar al Estado como expresión indubitable de la soberanía popular.2
Es así como Fuentes García destaca que, en la Constitución, la revolución se hizo derecho. A partir de su vigencia la legalidad se impuso como norma de conducta del Estado y como instrumento fundamental de cambio y transformación social en paz.3
La Constitución mexicana de 1917 es una Constitución con alto contenido social, fundamentalmente, en materia agraria y del trabajo (artículos 27 y 123).
Los elementos relacionados al amparo (artículos 103, 107, 133), a la materia agraria (artículo 27) y a la materia del trabajo (artículo 123) van a tener influencia en la Constitución nicaragüense de 1939, tal como se verá más adelante. Estos elementos son los que desarrolla el presente artículo.
Pocas figuras históricas han sido tan controvertidas y ofrecido tantos rasgos ambiguos como la del navegante que llamamos Cristóbal Colón, pese a que no nació con ese nombre. Es reconocido como «el descubridor de América», aunque él nunca lo supo y, desde un punto de vista estricto, no lo haya sido cabalmente. Su verdadera identidad, su lugar de nacimiento, su origen nobiliario o plebeyo, sus estudios o ignorancias, sus aventuras de juventud, sus ambiciones o mezquindades y sus conocimientos ciertos o delirios afortunados se han prestado a numerosas disquisiciones y debates entre biógrafos e historiadores.
Cristóbal Colón (retrato de Rafael Tejedo, 1828)
En lo que hace a su persona, los trabajos reunidos en la Raccolta Colombiana(Italia, 1892-1896), el Documento Aseretto (hallado unos años después), las investigaciones de los eruditos españoles Muñoz y Fernández Navarrete y el más reciente Diplomatorio Colombino dan cuenta, definitivamente, de su origen genovés y humilde, y permiten reconstruir sin mayores dudas ni lagunas los avatares de su agitada e intensa biografía.
Respecto a la importancia de su hazaña cabe señalar que fue sorprendente en lo geográfico y oportuna en lo político, pero no tan novedosa en lo científico como se suele afirmar. La ciencia de fines del siglo XV ya aceptaba que la Tierra era un globo esférico, sabía que teóricamente se podía llegar a las antípodas navegando hacia el oeste, conocía la existencia de islas y tierras septentrionales exploradas por vikingos y daneses, y suponía que quien intentara arribar a las Indias por el poniente podía tropezar en su camino con alguna «terra incógnita».
Desde la Edad Media existían especulaciones y leyendas sobre los límites del Mar Tenebroso. El irlandés San Brandán habló ya de un gran continente y de «una inmensa isla con siete ciudades», e historias parecidas se registran en las tradiciones gaélicas, celtas e islandesas, mientras que los árabes peninsulares mencionan la expedición de los magrurinos, que zarparon de Lisboa y «después de navegar once días en dirección al oeste y veinticuatro días hacia el sur» llegaron a unas tierras donde pastaban ovejas de carne amarga.
Ya en siglo XIV, el veneciano Niccolò Zeno dibujó un mapa en el que se definían claramente Groenlandia y las costas de Terranova y Nueva Escocia. Y unos años antes el cardenal Pierre d'Ailly, en su obra Imago Mundi, desarrolló con toda amplitud la idea de llegar a los dominios del Gran Kan (descritos por Marco Polo) tras una travesía relativamente breve hacia el oeste. El propio Colón estaba absolutamente convencido de que hallaría tierra firme «unas setecientas leguas más allá de las Canarias».
Cristóbal Colón (supuesto retrato de Sebastiano del Piombo, 1519)
El proyecto no era nuevo; en realidad, era incluso popular entre cartógrafos y navegantes como posible alternativa a la larga ruta de las especias. Tanto, que uno de los mayores temores de Colón era que otro se le adelantara en cruzar el Atlántico. Pero lo que ni él ni los sabios o los marinos de ese tiempo podían imaginar era la inmensa extensión de la «terra incógnita», ni la inesperada vastedad del Pacífico. Ése fue el verdadero descubrimiento científico que se inició aquel día de 1492: no sólo apareció un «Nuevo Mundo», sino que el antiguo globo terráqueo se expandió a casi el doble del tamaño que se le suponía.